CINE Y MUSICA

Dentro del Diplomado de Estética y Crítica de cine hay un seminario de Cine y Música donde se pretende dar una visión amplia de la fusión del cine y la música como eje central a través de las operaciones y tratamientos que se articulan tanto en la ficción, como en el cine documental. Además de poder ir más lejos en un análisis que abarca un contexto social, procesos identitarios y un lenguaje específico.

A continuación les dejamos los trabajos destacados de los alumnos de este año 2012.
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Desde el Tercer Mundo: Los Malditos, punk en familia

por José Tomás Valdés

La Batuta, enero 2003. Viene al cuerpo una sensación extraña: comenzar un documental que trate de la historia de los Fiskales Ad-Hok, en el momento en que deciden ponerle pausa al ruido, pausa al frenesí y la euforia, pausa a la banda finalmente, es raro. Da cierta nostalgia, pero a la vez cierta satisfacción, porque ya sabemos la historia posterior, sabemos que la espera no fue larga y que más temprano que tarde la rueda siguió girando y los Fiskales siguieron tocando.

Cabe advertir en primera instancia, que nunca he escuchado de algún sujeto alejado del sonido del punk rock, de los Fiskales, de la subversión o incluso del mundo del documental, que aprecie los 71 minutos aproximados que dura la película. Esto no es un pecado, es simplemente gusto, pues se habla de dictadura, de nuestras falsas democracias, de violencia, de temas que pueden hablarse y escucharse en muchos escenarios y contextos, pero aquí el hilo conductor es esta maldita agrupación punki. Ellos son los que van a hablar, serán ellos quienes tendrán el micrófono, por lo que si no son de tu gusto, es difícil escuchar. Esto obviamente no es una regla, sino una observación, una advertencia. Para los demás, como fue en mi caso, es obligación ponerle play a la cosa, porque lo que se ve ahí cuesta encontrarlo en otra parte.

Lo primero es un contraste, si bien no soy un experto en documentales sobre el movimiento punk, al momento de ver American Hardcore o Punk: Attitude, me pasa que veo una construcción de héroes, de sujetos que tocaron la gloria, de rostros que si bien en un momento fueron irrisorios ahora son adorados, son de culto. Aquí me topo con lo contrario, con tipos más normales, más comunes y sencillos, con un documental que no habla de héroes, sino que nos devela una familia que habla de sí misma, que no se creen tanto el cuento, como bien dice el Vibora “no es una cosa tan importante los Fiskales”. Distinto es ver a Henry Rollins hablando sobre el punk, desde lo que pareciera una grande y cómoda casa, que tener a Alvaro, Roli y Pogo hablando en una calle, tomando una cerveza de la misma botella. Me suena más lógico en este tipo de movimiento, un discurso emitido desde una junta de amigos comiendo legumbres, mirando videos de sus borracheras, echando la talla, andando en bicicleta. He ahí la diferencia, de ser referente de un movimiento cultural marginal en el primer mundo, que en el tercero, sin desmerecer a nadie. Eso queda plasmado en el documental, sencillez, solidaridad, amistad, revolución, los egos que si bien pueden existir aquí no entran, ya que todos tenemos claros que por más giras que hagan los Fiskales a Europa, siempre serán una bandita punk chilena y la mayor comercialización a la que aspira nuestro rock es un efímero éxito en México. Puede que toda esta estética presentada en el documental sea una mera construcción, que haya sido toda una idea de Pablo Insunza, pero al menos para mí eso da resultado, me sensibiliza más. Si todo esto es una puesta en escena, al menos comentarios como los del Micky, refiriéndose a que miembros de la banda son sus mejores amigos, que entre sus hijos se conocen y son como primos, o que el Pogo diga que el Álvaro y el Roli “fueron los únicos societes que llegaron a la casa a echarme un salvavidas que estaba pero un asco”, dice mucho, muestra mucho. Finalmente se ve (o mejor dicho veo) a humanos siendo humanos, cosa que muchas veces se echa de menos a la hora de que los músicos salgan en películas o documentales.

Desde un punto de vista más sobrio, da gusto encontrarse con un documental de este calibre, en donde la historia está bien armada, en donde la música, las imágenes, los comentarios, se constituyen en un excelente equilibrio, dando paso a una reconstrucción dinámica y lúdica. En unos segundos puedes estar riéndote, viendo un jugo de borrachera; al otro, suena un tema de la banda que te deja vibrando; posteriormente aparece algún integrante reflexionando, retomando toda tu concentración. Ese vértigo no marea, de hecho enriquece la historia que se va narrando, historia que a la vez está muy bien estructurada, haciendo honra al mismo nombre del documental.

Finalmente, Malditos: La historia de los Fiskales Ad-Hok, es un retrato íntimo, que crea una imagen fiel de lo que alguien puede esperar de una banda referente del punk rock chileno, dentro de Chile al mismo tiempo. Es una apertura de puertas a esta familia, compuesta por aquellos que dan algunos pasos al costado de la sociedad. Se parece a esas anécdotas que te cuentan tus padres al hacer una retrospectiva de sus vidas con un par de copas de vino encima, todo esto acompañado de archivos de tocatas y conciertos, que hacen a uno añorar volver a esos años y estar ahí, de ser de esos que llevan casi 30 años de vida escuchándolos. Los temas que suenan, como dije anteriormente, hacen vibrar, sea por su música o por esa especie de subtítulos que aparecen de vez en cuando traduciendo lo que Álvaro va cantando. Es como el lado sensible del punk, en donde no todo parece ser odio ni rabia. Para rematar todo esto, el mensaje es claro: en las escenas finales, se estampa el sello de manera no tan verbal, sino a través de una imagen casi postal. No se trata de nada más que de un grupo de amigos cantando una balada media mamona, pero potente como “Resistiré”, en donde se pide más vino y se ríen los amigos, dando paso a las guitarras, al himno de resistencia cantado por los mismos Fiskales. Después de esos segundos, ya no hay más, sino se entiende en ese preciso instante, no se entenderá jamás esta historia dirigida por Pablo Insunza.

Electroma, un Ravotril a la vena

por Patricio Jiménez

Electroma, una película que puede ser una píldora para dormir o una experiencia onírica, en donde constantemente nos hace cuestionarnos de manera psicodélica el real sentido del ser humano, o mejor dicho, que nos hace humanos.

Electroma, es un viaje que realizan dos robots hacia la realidad humana, comprende una aventura que los enfrenta al rechazo social por las apariencias, una travesía onírica por los colores de nuestra realidad, o bien una contemplación de nuestra propia esencia. Y al igual que la vida misma, puede ser de final abierto.

Es cierto que es un película que no se digiere fácil, sino que requiere de algún fármaco para poder absórbela sin daños colaterales, de hecho, en un par de ocasiones los párpados se pueden ver discretamente influenciados por las ley de la gravedad, esto ocurre esencialmente porque muy al estilo Tarkovski, Electroma te hace sentir tal cual es el tiempo real (el tiempo diegético de la película pasa a ser el de la realidad en que vivimos) como por ejemplo, si en la película se activa el detonador de una bomba y la cuenta regresiva de ésta es de 60 segundos, significa que pasan los 60 segundos en nuestra realidad horaria.

Ahora, si Electroma ya atravesó nuestras primeras membranas biológicas y comenzó a esparcirse por nuestro torrente sanguíneo, podemos comenzar a danzar por un viaje interior sorprendente, repleto de imágenes metafóricas envolventes; llenas de contrastes blancos y negros a través de sensaciones auditivas perturbantes e inquietantes y por texturas que se conectan con nuestras vísceras.

Electroma, (presentada en Cannes el año 2006) viene presentar la opera prima del dúo electrónico francés Daft Punk, los cuales son responsables tanto del guión y dirección de la película, aunque extrañamente no así de su banda sonora.

El film trata de un viaje de dos robots, los cuales se caracterizan de astronautas psicodélicos, con cascos dorados y plateados, se podría decir una mezcla de superhéroe japonés al estilo Ultraman con un motoquero moderno con un toque de adicción al futurismo (vestimenta típica del Dúo Electrónico, al momento de dar sus conciertos).

Es un periplo de estos dos robot con el fin de adquirir el aspecto físico del ser humano, no por nada la placa patente del automóvil que los lleva a la ciudad tiene impresa la palabra “ Human”. Esto ocurre en una ciudad habitada íntegramente por robots. Ellos para cumplir tal propósito ingresan en un escalofriante laboratorio el cual les proporcionara una “psudo-piel” que les cubre sus cascos para formarles su nuevo rostro humano (tal vez la parte más alucínate de la película). La futura relación de estos dos nuevos humanos con la sociedad de los robots no será de las mejores, recibiendo el rechazo y la expulsión de la sociedad; lo que les conlleva a un fuerte cuestionamiento del sentido y propósito de la vida.

Electroma logra emocionarnos a través del no dialogo, es una película sin escenas habladas, solo una mezcla potente de imágenes y sonidos. Sin duda es una carga de escenas que difícilmente se nos hace indiferente. Basta con un notable juego de luces y sonidos para llegar a sentir como lloran, sin lágrimas, los hermanos cuando sus máscaras son derretidas por la luz solar, o cómo la desesperación y frustración de no poder autodestruirse por parte del protagonista, son expresadas a través de un par de condensadores y resistencias de un circuito eléctrico.

Electroma, es una búsqueda de dos robots por querer ser por un tiempo un humano de carne y hueso. Y a las consecuencias que enfrentan por este deseo en la ciudad “daft punk”, como se ven enfrentados a la persecución por tener apariencias distintas; una metáfora de los ideales humanos versus el de las maquinas, un viaje en donde siempre la fuerza de la perseverancia es sometida a la duda para tomar la ruta más fácil.

Para envolvernos más en estos cuestionamientos, el dúo electrónico toma a la naturaleza como un personaje más de la historia y nos bombardea con imágenes hipnóticas de montañas, desiertos y carreteras; parajes desolados, pero hermosamente fotografiados, que a la vez nos entregan mayor sensación de vacío.

Finalmente, es una película que busca dar un pequeño relámpago a la trascendencia, entender que a veces la ruta de la vida es distinta a la que nos podemos haber construido, quedando de manifiesto cuando después de un largo caminar ya no existe otro propósito que motive a los protagonistas. Es entonces cuando el desierto se comienza a metamorfosear con imágenes de cuerpos femeninos, (un trabajo de cámara y luz notable) para terminar con la metáfora del “Nuevo Nacimiento” mostrando un primer plano de una “vulva” en las montañas de arena.

Electroma es un Ravotril a la vena, algunos podrían dormir días, otros podrían volver a conectarse con su real esencia, pero de seguro alguna sensación logrará generar en aquellos que se atrevan a vivir los setenta y cuatro minutos de esta película.

Hedwig, el cuerpo como territorio de experimentación

por Constanza Candia

La teatralidad de la puesta en escena en alusión al género musical, cabe mencionar que la película es una adaptación de un musical de Broadway. Los espacios forzados, y la exageración de casi todos los elementos. Los recursos estilísticos son una esencia para narrar esta película, más no sería lo que es, si esta historia, que se plantea más como hipótesis (algo así como un documental teatral con tintes biográficos) que como drama propiamente dicho, no tuviera la profundidad que tiene en sus fundamentos, para hablarnos de origen y realización, por ende amor y éxito.

Un retrato inexacto que busca resolverse, a través de un juego, no menos real: la transgresión; algo extraño, bizarro y doloroso está sucediendo, sin embargo hay humor, belleza y osadía.

De lo dual a lo confrontacional; el territorio físico habitado, espacio concreto donde los problemas sustanciales se manifiestan (cuando se confronta algo dentro de sí, se olvida la autonomía propia de una orgánica pensante, como lo es el cuerpo). De manera análoga, en la película se plantea el conflicto del territorio geográfico dividido, el muro de Berlín. El personaje no puede “experimentar” del otro lado de éste, y se identifica continuamente con él.

La idea de trans (como situación que ocurre en el lado opuesto), de las apariencias (como aspecto exterior de algo o alguien) y del amor (como deseo platónico de encontrar esa mitad que nos falta). En un cuestionamiento encarnado de forma literal en este personaje y su territorio, al más puro estilo de estos tiempos. Hedwig, una trans-sexual, que tras la falla en una operación de cambio de sexo, obtiene como resultado algo que no es más que una extraña y ambigua pulgada de carne. Con el pasar del tiempo, y aún confundida, es guiada por su representante para ir tras los pasos de un antiguo joven amante (Tommy Gnosis. La gnosis, entendido como aquel conocimiento absoluto e intuitivo, especialmente de la Divinidad, que se alcanza a través de la salvación mediante el conocimiento de Dios) que ahora ha plagiado su música, consiguiendo fama y éxito.

Nosotros como espectadores parecemos quedar fuera. Sentados en una butaca, pasivos frente a este despampanante y colorido espectáculo rosa, que poco a poco comienza a sorprendernos. Poniendo en la tarima aspectos planteados ya desde hace 380 a.c. con Platón (en este caso con Hedwig; es su madre quien le insemina esta idea a sus cortos seis años, generando en él un motor que lo hará llevar adelante esta búsqueda desesperada por encontrar a su otra mitad; mitad que constantemente buscará fuera de sí), reflexionando sobre las causas que la llevan a ese presente caótico.

De forma fragmentada en episodios que rememoran un pasado, causante del presente, y problemático al momento de forjar un futuro (?a dónde vamos?, y ?hasta qué punto entregamos de nosotros mismos para lograr salir de nuestros conflictos más íntimos?).

Para demostrar que todo sucede una vez que lo experimentamos en el territorio físico, sea cual sea éste (un país, un cuerpo, un territorio).

La suerte llega cuando se acepta la mitad que buscamos dentro de uno. Cabe recordar a Hedwig al culminar el show despojándose con furia de su atuendo estrafalario. Encontrándose (y encontrándonos) con no más que un espacio concreto y puro, como lo es el propio cuerpo ante el resto.

 

“?Quiero silencio! ?Jodidos músicos!”

por Ramón Reyes.

Léase el título en voz alta – así con pausas, como recitando- después de haber visto la película, o al menos el video que está más abajo.

Sonido. No importa de donde venga, si tiene ritmo. Todos los objetos están ahí para ser musicalizados. Todas las cosas para ser usadas. El ritmo no está solo en las venas, sino que también en las mercancías. No importa si es ilegal, cómo suenan es lo único relevante. Todo esto alcanza sentido cuando el sonido es música. Los billetes se convierten en ruido y eso aterra. Si tuviera que elegir la imagen que simboliza lo que quiero decir sería el grito del pequeño burgués al ver como los papeles billete se convierten en challas.

Y sería esto algo que siempre me ha llamado la atención. El valor de las cosas.

Porque al repudio de una sociedad de mercado, que ve que estos misteriosos agentes usan sus mercancías para usos no convencionales y mucho menos eficientes, debemos sumarle el repudio de los músicos que rechazan la vanguardia como otra forma de expresión. La música debe seguir el status quo, debe seguir siendo de los ricos y seguir siendo como los intelectuales quieren que sea y viceversa.

Aquí está todo de cabeza, todo viceversa. El policía es mal visto por vivir una vida sin música y no reproducir la prestigiosa vida de toda su familia: tradición musical desde varias generaciones privilegiadas.

Así mismo este policía hace oídos sordos a la música de las mercancías, esa música propia de nuestros tiempos, en donde el valor de uso de las mercancías puede ser degenerado. Ese sería el desafío del artista: destruir la mercancía y convertirla en arte (arma, satisfacción, mensaje, idea, etc.).

La música es también silencio, pausas e imágenes. El montaje es por eso también una composición musical. Creo que eso es lo que me llama la atención del arte en general y del cine y la música en particular. Su condición de no ser nada por sí sola (las notas y fotogramas) pero todo en yuxtaposición (canciones y películas).

Ser el policía, la oveja negra, el músico poco talentoso y cuasi sordo. Ser la sombra de un hermano que es una eminencia musical y vivir en función de eso. Pero no. Prefiero ser el ganador, de mi propio mundo y de mis parámetros, pero ganador

Y claro, si vemos con un poco más de detención cada “acción musical” tiene algo que decir:

Los putos médicos jugarán con el biorritmo, con tu falta de conciencia de que tú eres un instrumento más.

Fuck the music! Me remite a una reflexión casi filosófica: ?Qué es la música? Y cuáles son los parámetros que la definen. Para el grupo desordenado la música reside en los objetos y para el policía en el silencio. ?Será que no le gusta la música o le gusta el silencio? Y aquí viene la guerra por otros medios. Qué es lo que se quiere decir con lo que se dice, ?por qué a las autoridades les da tanto miedo este grupo que lo revoluciona todo? Incluso la ciudad y el cableado eléctrico está ahí para ser tocado.